miércoles, marzo 16, 2005

9...

Arturo va caminando por la calle. Está solo. Esta noche, particularmente sólo. Un día pesado en la oficina… otra vez, por culpa de los proveedores salió tarde, con las 9:14pm.

Entre el coraje y el cansancio deberá cruzar media ciudad para llegar a casa. Hoy, justo hoy que su coche no circula. Parece que todo se hubiera confabulado contra él.

Arturo decide cortar camino para salir a una avenida donde pueda conseguir un taxi que lo lleve a algún metro. A esta hora por Xochimilco se tarda mucho el transporte público y él ya no está con ánimos de esperar.

Entra por una callejuela al lado de un campo de fútbol y conforme Arturo avanza, la luz del lugar se hace inestable, los faroles comienzan a tintinear haciendo difícil su visión, se apaga el que quedó a su espalda. ¿Qué pasa con el alumbrado público? Casi no puede ver, las luces parecen estroboscópicas, sin embargo, sabe que lleva la dirección correcta pues escucha que el ruido de la avenida se aproxima.

Un mareo, la luz, el ruido, todo el escenario se vuelve confuso. Arturo se detiene sosteniendo su cabeza con la mano derecha pero no suelta el portafolio con la otra mano. Toda sensación de preocupación desaparece pero no es agradable, está aturdido.

De pronto… todo queda oscuro y en silencio absoluto.

Arturo no sabe si está desmayado así que trata de levantar la cabeza poco a poco, se da cuenta de que aún está de pie. Empieza a enfocar, al fondo de la callejuela, la luz de la avenida, ni un solo coche.

No oye nada, es como si se hubiera quedado sordo, ni el viento, ni los grillos. Es entonces cuando nota algo, hay movimiento dentro de la callejuela, un bulto se revuelve torpe en el suelo, se levanta, es la sombra de un animal…no, es un hombre… no, es una… ¿qué diablos es eso?

Arturo toma un respiro profundo y trata de recuperar la compostura. Tranquilo, piensa, no puede ser lo que crees. Pero tiene algo en la cabeza, ¿qué es?

Uno de los faros cercanos a la figura se enciende detallando la silueta, una especie de cuernos sobresalen de la cabeza, una cabeza grande y peluda. La figura avanza cojeando, los ojos brillantes se clavan en Arturo cuando él se mueve así que decide quedarse quieto.

La figura avanza más, más, más cerca, Arturo no se mueve, no respira… no late. La figura roza la luz pero no la alcanza. Ahora está a tan sólo tres metros de Arturo, se desliza, se arrastra… dos metros, sus ojos brillantes están clavados al frente, dirección el infinito, Arturo espera a que pase, ¡maldita sea que pase ya! Un intenso olor fétido llega a Arturo cuando intenta jalar un poco de aire.

Entonces sucede… la luz del faro que está sobre Arturo se enciende lanzando un rayo luminoso fulminante que lo deja al descubierto y a la extraña figura también. Su miedo a lo desconocido se convierte en desconfianza y repulsión hacia algo que ha visto mil veces. Ante él, un enorme indigente barbado y de cabello muy largo, viste un abrigo sucio maloliente y un muy roto y torcido sombrero tejano. Arturo lanza un pequeño grito cuando el extraño hombre voltea a mirarlo con esos ojos pegajosos, rojos, penetrantes. Abre la boca mostrando su podrida dentadura. Su pestilencia lo rodea y camina rápidamente hasta Arturo extendiendo una mano hacia él tratando de tocarlo.

Arturo grita una vez más esta vez más fuerte aferrándose a su portafolio, retrocede, la pared está tras de él. El inepto oficinista arremete con su débil portafolio contra el indigente, las luces enloquecen de nuevo, una lucha se desarrolla en medio del estrobo de las luces y el rugido lejano de los motores.

Arturo no ve, no entiende, ni siquiera cuestiona, sólo trata de atinar al bulto que lo sigue, lo asfixia, lo hace perderse entre la razón y el miedo que ruge contra su agresor.

Un ruido de motor se acerca. Los faros se apagan. Las luces de un automóvil entran en la callejuela iluminando con una intensidad blanca cegadora que embiste a los contendientes.

Arturo trata de pedir ayuda al auto colocándose frente a él cuando nota que el coche no se detiene y trata de arrollarlo con toda ira. Arturo se paraliza, el bulto maloliente lo toma por la cintura y tira de él con fuerza apartándolo del camino y cubriéndolo con su pestilente cuerpo.

La orilla de la defensa alcanza al indigente quien amortigua el golpe. Ambos caen irremediablemente. Arturo está contra el suelo cubierto por el indigente.

Unas risas estruendosas se alejan al unísono con el motor.

La calle vuelve a quedar en silencio. Arturo se desliza lento por debajo del pesado cuerpo inerte. Todos los faros de la callejuela están encendidos de nuevo. No piensa en nada, está aterrado, asombrado, atónito. Recupera su portafolio y reanuda su camino hacia la avenida por donde pasan los autos. No parpadea, se alisa el cabello, camina un poco más, con los ojos fijos hacia el frente se arregla el saco, se sacude el pantalón.

A sus espaldas, sin que él lo vea, el bulto se incorpora lenta y pesadamente, se sacude un poco. Se truena el cuello y comienza a caminar en dirección contraria, se pierde en la penumbra y dobla a la esquina.

Arturo llega a la avenida y es entonces cuando parpadea, despierta de su letargo y voltea rápidamente hacia la callejuela. Nada, ya no hay nada.

¿Cuánto tiempo ha pasado?

No hay nada.


Y tú… ¿cuántos has visto hoy?

GRAYSUN